Wednesday, April 22, 2020

La Magia de un Retornado Debe Ser Especial - Capítulo 54 - Novela en Español

  


Capítulo 54 - Evernatten (6)



[Vagabundos: tasa de progreso 12%]

El número de vagabundos en Evernatten era insostenible.

Los delitos graves como el robo e incluso el asesinato se estaban convirtiendo en acontecimientos cotidianos.

Los residentes tenían miedo a salir de sus casas, por temor a los huéspedes no deseados.

Debido a la creciente inestabilidad, los comerciantes se negaron a pasar por Evernatten, paralizando su economía.

El ambiente en la reunión era frío.

Lord Wilhelm Evernatten y su “grupo de expertos”, la Capitán de los Caballeros, Adjest, el Caballero Eyulan, y su consejero, Desir Arman, se habían reunido para discutir nuevamente el problema de los vagabundos.

Eyulan, que estaba fuertemente a favor de expulsar a los vagabundos, habló primero.

—Son demasiados, milord. Además, han empezado a confundir nuestra buena voluntad y generosidad con algún tipo de obligación. —Escupió la última palabra con malicia.

No era de extrañar que Eyulan estuviese furiosa de que los vagabundos no se sintieran agradecidos hacía Evernatten, como si fuera natural que se les permitiera entrar.

—El problema más crítico en este momento es el suministro de alimentos. A este ritmo, nuestras tiendas no durarán todo el invierno. ¡Propongo que echemos a los vagabundos de inmediato!

—¡Me opongo! —intervino Desir casi de inmediato—. Mi señor, ¿recuerda por qué permitió a los vagabundos entrar a Evernatten en primer lugar? Crees en ser un lord para tus súbditos. Expulsar a los vagabundos sería abandonar esa convicción.

—Esa convicción de la que hablas, —respondió Eyulan—, no se refiere simplemente a los vagabundos, sino también a los verdaderos residentes de Evernatten. Los mismos residentes que ahora están muriendo de hambre debido a estos vagabundos. ¿Sacrificando a los muchos por los pocos? Es una idiotez.

La emoción y la convicción se derramaron de su voz.

—Piensa en esto. Esos vagabundos son extraños, rostros que nunca has visto, y están dando por sentada nuestra buena voluntad. ¿Cómo podríamos favorecerlos? ¿No deberíamos considerar primero a la propia gente de Wilhelm?

—Podemos salvar a los dos, —insistió Desir—. Abandonar a un grupo innecesariamente no es lo que nuestro señor cree.

—¿Oh? ¿¡Podemos!? ¡Nuestros residentes temen salir de sus casas! ¡No tenemos más raciones, y no podemos obtener más! ¡Enfrenta la realidad!

—¡Simplemente se te ocurren razones para expulsarlos! ¿Por qué insistes en actuar como si expulsarlos fuera la única opción? ¡¿Por qué no estás tratando de encontrar otras opciones?!

—¿Otras opciones? ¡Entonces presenta uno! ¿Puedes? ¿Puedes encontrar una solución para restablecer el orden a estos vagabundos que se pasean como si fuesen locos y evitar que coman todas nuestras raciones?.

—¡Es suficiente!

La voz de Wilhelm al instante terminó la discusión.

—Una vez creí que podríamos salvarlos a todos. Pero eso era una tonta convicción de un pasado lejano. Me equivoqué.

Su voz era pesada y melancólica, y las palabras salieron lentamente.

Se dirigió a Desir:

—Te agradezco que me recuerde esas convicciones que una vez sostuve con tanta firmeza. Pero no puedo negarme obstinadamente a cambiar. Aceptar a todos estos vagabundos llevará más allá de la ruptura lo que nuestro territorio puede proporcionar.

Wilhelm suspiró.

—Ideales y realidad. Parece que ha llegado el momento de volver a la realidad.

Hizo una pausa, la escalofriante realidad se puso como el aire del invierno, pesando sobre sus pesados huesos.

El tiempo para los ideales infantiles ya había pasado.

—Es imposible salvar a todos. No, más que eso, me falta la capacidad de cuidar a todos. Ya no puedo negarme obstinadamente a aceptar esto.

Se giró, lentamente hacia Eyulan.

—Discúlpate con los Vagabundos, ya no somos capaces de aceptarlos.

—¡Entendido!

Eyulan estaba inquietantemente contenta al escuchar las palabras de Wilhelm, asegurando la expulsión de los vagabundos.

Adjest observó este intercambio en silencio, insegura de cómo proceder.

Claramente, la condición para completar este Mundo de las Sombras era cambiar la decisión de Wilhelm por la correcta, pero, mientras observaba la evolución de la conversación, no podía pensar en un solo argumento en contra de la decisión de Wilhelm.

Estaba segura de que, si hubiera estado en su lugar, habría tomado exactamente la misma decisión, lo que significaba, desafortunadamente, que la historia estaba obligada a repetirse, lo que llevaría al fracaso de la misión.

Mientras Adjest seguía pensando en silencio, vio a Desir dar un paso adelante y caer de rodillas.

Todos se quedaron paralizados, sin saber qué hacer.

—¡Sólo dos días!, —suplicó Desir.

Sabía que esto parecería desesperado, pero ya no le importaba.

Si tuviese que abandonar su orgullo por los vagabundos, que a nadie más le importaban, él lo haría.

—Deme solo dos días. Idearé un plan.

Adjest miró de un lado al otro entre Lord Wilhelm y Desir. Todos esperaban con el aliento ansioso.

—Bien. Te concederé dos días finales.



* * * * *



El problema más urgente, según Desir, era resolver el problema de la comida.

Las raciones proporcionadas a la guarnición de Wilhelm ya se habían reducido en gran medida para adaptarse a la afluencia de personas.

Naturalmente, los soldados se habían quejado, pero Lord Wilhelm los había calmado rápidamente comiendo las mismas comidas que los soldados, tomando la iniciativa de aceptar las raciones reducidas.

Los días se habían extendido a semanas como esta, pero ahora la situación se estaba volviendo insostenible.

Desir tenía solo dos días para encontrar una solución, o los vagabundos serían expulsados y la misión fallida.

A su favor, él había trabajado diligentemente para encontrar una solución al problema, pero hasta ahora, todo lo pensado lo había llevado de nuevo a la misma conclusión: no había solución.

Independientemente de cómo abordara el problema, nada de lo que se le ocurriera sería mejor que simplemente expulsar a todos los vagabundos.

Por ejemplo, Desir inicialmente había considerado tratar de “ayudar a los vagabundos a ayudarse a sí mismos” per se, abriendo oficios y otras oportunidades para personas capacitadas que aumentarían la actividad de exportación de Evernatten, pero, desafortunadamente, llegó rápidamente a la conclusión de que tal plan tomaría demasiado tiempo para dar fruto.

Capacitar a cada persona tomaría un par meses o más, tiempo que no tenían.

Desir suspiró.

—No es de extrañar que las recompensas por un Mundo de las Sombras de Clase 4 fueran tan buenas.

Las recompensas de este Mundo de las Sombras era el artefacto “Armamentos de Toa”, que aumentaba las reservas de maná de un individuo.

Debido a su débil acumulación de maná, Desir solo podía usar magia de 1° Círculo. Sin el artefacto, no estaba siquiera seguro de poder alcanzar el 3° Círculo.

«Si la misión no fuese tan increíblemente difícil...».

Sacudió la cabeza, desvaneciendo esos pensamientos.

«No puedo fallar esto».

Si fallaba, tendría que reorganizar totalmente sus planes.

Miró hacia la calle vacía que estaba delante.

La falta de comerciantes había provocado una fuerte inflación en Evernatten.

Esto significaba que la mayoría de las tiendas estaban cerradas debido a la falta de clientes.

Compensando el vacío, unos pocos residentes caminaban por ahí, temerosos de los enjambres de vagabundos.

La energía vibrante que una vez impregnó la Ciudad-Castillo parecía ya no existir.

Desir se sintió muy consciente de los vientos helados.

Mientras caminaba a través de la espesa nieve, sumido en sus pensamientos, pasó de la zona residencial a las viviendas precarias de los vagabundos.

Los signos de actividad volvieron a sus sentidos, pero era una actividad más oscura y sombría, muy lejos de la emoción o la alegría.

—¡No se desvíen de la línea!

Las voces de los soldados que gritaban órdenes desde su estación cortaban el aire invernal.

Desir vio una fila de vagabundos de kilómetros de largo, siguiendo silenciosamente las órdenes de los soldados con ojos sin vida.

—¡Oye! ¡No habrá comida si cortan la fila!

Los soldados, al ver a Desir acercarse, se detuvieron y saludaron.

Desir les hizo un gesto para que bajaran sus manos.

—No se preocupen por mí, puedes seguir trabajando.

—Entendido.

Los soldados volvieron a repartir raciones.

Desir miró a las increíblemente largas filas de vagabundos.

Se acurrucaban en grupos para calentarse, frotándose las manos para derretir sus dedos congelados mientras esperaban inquietos.

Las filas se habían vuelto más largas y el suministro de alimentos cada vez más pequeño cada vez que Desir venía a observarlas.

—¡Señor Desir! —gritó una voz desde atrás.

Desir se giró para ver a Lílica de pie junto a Adjest y agitando su mano con entusiasmo.

Básicamente, había sido desalojada del castillo, y ahora estaba efectivamente entre los vagabundos.

Sostenía un trozo de pan de centeno del tamaño de su mano; evidentemente, su ración.

Desir se acercó a las dos.

—¿No te aburres de esperar?

—No, —respondió Lílica, sacudiendo la cabeza con fuerza—. La señorita Adjest se quedó conmigo, ¡así que no estaba aburrida en absoluto!

Adjest estaba a su lado con una armadura de plata.

Nominalmente, estaba aquí para vigilar la línea de racionamiento, pero la verdad es que estaba vigilando a Lílica.

Lamento que las cosas hayan sido así, Lílica, —dijo Desir en voz baja.

—No, ¿por qué lo sientes? Fuiste muy bueno conmigo. Creo que es gracias a ti que puedo conseguir tanto. Por supuesto, es una pena que el Señor Pram no pueda estar contigo también...

Pero, me gustaría que me dijeran por qué me echaron. El señor Jefran se quedó muy callado y no dijo nada... ¿Hice algo mal? ¿Me echaron porque me equivoqué?

Desir negó con la cabeza.

—Como te dije antes, no fue nada de lo que hiciste.

—¿Qué fue entonces?

Desir también calló.

¿Cómo podría explicarle la verdad a ella? Sería demasiado cruel exponerle la terrible realidad.

—Podrás volver un día, —le ofreció.

—Entonces vigila a Carlos por mí hasta entonces.

—Carlos?

—Es el nombre del muñeco de nieve que hice.

—…Por supuesto. Déjamelo a mí.

Satisfecha, Lílica desapareció entre la multitud de vagabundos.


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